domingo, 28 de julio de 2013

Tierra a la vista

Hace un rato, durante la cena, Mario ha comentado que sentía la mesa moverse de un lado a otro. Estamos en Fethiye, en la costa mediterránea, y nos acabamos de comer un par de hermosos shivas, unos peces alargados parecidos a la lubina que acabábamos de comprar en la lonja. Tú los eliges y ellos te los asan a la brasa.

Lo del balanceo se nos ha metido dentro y tardará en salir. Hoy ha terminado nuestra travesía en barco. El "Bluekey" ha atracado en el puerto de Fethiye y nos hemos despedido de las dos pasajeras californianas, de la australiana y de la tripulación.

En la despedida, "El Moliendas", al que a partir de ahora llamaremos Ivo, su auténtico nombre, me ha dado dos cabezazos en la frente. Es esta una señal de afectuosa de despedida entre los turcos. Tras el incidente del inodoro hicimos las paces y, además de alimentarnos suculentamente, Ivo me ha enseñado algunas artes de pesca que desconocía. 

Ayer le robé al mar un gran pez cuyo nombre en español desconocemos pero que a la brasa por la noche estaba delicioso. Además del mío, cayeron tres o cuatro atunes y otro ejemplar de la misma especie, todos pescados desde la popa del barco.

Como dije, los marineros del "Bluekey" nos han dejado hacer lo que queríamos a bordo. Además de prestarme sedal, anzuelos y cebo, a Edu le dejaron pilotar el barco a toda vela durante unas cuantas millas, y Alfredo y Mario aprendieron a jugar al backgamon de la mano de Ahmed, el marino que tenía cara de persa malo.
El backgamon es un juego de mesa cuyo antiguo origen -tiene cerca de 5.000 años- se sitúa precisamente en estas tierras.


Han sido cuatro días inolvidables en los que hemos cargado pilas de brisa marina para volver otra vez a los caminos polvorientos de Anatolia. Ha habido ratos de relax, de beber un té a media tarde, de tomar el sol, de siestear en cubierta, de jugar a juegos de mesa con los marineros y nuestras compañeras de viaje después de la cena... 

Pero también ha habido tiempo para hacer el tonto, el mameluco y el pirata. Algunos hemos acabado algo magullados. Mientras nuestro barco fondeaba en calas cristalinas, hemos saltado a por un frisbie desde las mayores alturas que nos permitía el velero, hemos peleado sin cuartel en el agua, hemos andado todo el día descalzos, nos hemos expuesto al sol y al viento y tenemos salitre hasta en el cielo del paladar.

Alguno de nosotros se lleva la espalda hecha fosfatina, yo me di un tajo en el pie la primera noche, y todos estamos algo quemados... pero somos felices. 

Y especialmente lo fuimos ayer, cuando Mario nos sorprendió a todos con una botella de pacharán casero que había traído de contrabando desde nuestra patria chica. La ocasión lo merecía, pues nuestro amigo celebró su 29º cumpleaños en alta mar. Turcos y anglosajonas se quedaron encantados con este licor de nuestra tierra y todos juntos brindamos por el homenajeado, por el viaje, y por una estrella fugaz que iluminó el despejado cielo del Mediterráneo.

El tiempo ha acompañado, aunque las dos últimas noches en la mar se levantó un viento huracanado de madrugada. El fuerte aire obligó a replegar las lonas de cubierta, a atar catres y barcas auxiliares y a cobijarme -en mi caso- dentro del camarote.

La pasada noche, en un nuevo capítulo de la biografía del aventurero y explorador Luis de Saboya, leí el relato de una batalla naval librada entre Italia y Turquía en los albores de la Primera Guerra Mundial. Imaginando a los acorazados dándose estopa en las aguas que estos días surcamos, me quedé frito. 

Justo cuando me encontraba en ese primer duermevela en el que se mezclan sueños y realidades, escuché sobresaltado un enorme estrépito de hierro y el casco de la embarcación tembló como si nos hubiese alcanzado un torpedo. En seguida creí escuchar los pasos apresurados de Ivo y el resto de marineros en cubierta, así como ruido de cadenas y maromas. Sin embargo, me dormí creyendo que tal escándalo no eran sino ensoñaciones provocadas por mis lecturas.

Sin embargo, a la mañana siguiente obtuve una explicación a tan misterioso escándalo: debido a la galerna, que balanceaba nuestro bergantín como un pato en una bañera, la pesada ancla auxiliar que pende de la proa se había desprendido, golpeando en su caída el casco con gran estruendo.

Para gentes de secano como nosotros, cualquier suceso cotidiano en el gran azul es toda una aventura. Por ejemplo, yo estoy emocionado de haber podido ver tortugas marinas. Además de la que vimos en la distancia el primer día, hemos avistado otros dos hermosos ejemplares. Ayer fondeamos cerca de una playa vastísima (18 kilómetros le entendí al capitán), que es el lugar que eligen para el desove estos reptiles misteriosos y pausados.

Como ellos hacen una vez al año, nosotros volvemos a tierra firme. Fethiye nos acogerá hasta mañana, y hoy dormimos a los pies de un castillo en ruinas levantado por los cruzados.

Mañana rodaremos hasta Pammukkale, donde nos bañaremos junto a las ruinas de un balneario romano. Pasado llegaremos a Efeso, la ciudad romana mejor conservada del Mediterráneo. 

Cambiamos la navegación por la
cultura clásica. Es curioso, pero gracias al Mare Nostrum, y a nuestros abuelos los romanos, y a esa suerte de globalización de la antigüedad que propiciaron con su imperio, Turquía es un país que cada vez se nos hace menos extraño. 

Por lo menos en esta zona, sus comidas, sus paisajes, sus gentes, e incluso las aceitunas nos recuerdan un pasado remotamente común que nos hace sentir casi como en casa. Y eso que desde 1453 este fue el hogar de los enemigos de occidente. Pero eso es otra historia que ya iremos contando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario