martes, 23 de julio de 2013

Cambio de rumbo...

Hoy hemos llegado al mar. Después de la aridez y la sequedad de la Capadocia, hemos arribado a la costa mediterránea, a una ciudad llamada Antalya, que se abre imponente al inmenso azul y queda atrapada entre el agua y unas montañas impresionantes que mañana conoceremos.

Aunque la brisa del mar se agradece, la temperatura y la humedad son mayores que en las abruptas colinas de la Capadocia. Es por ello que, cuando hemos llegado a la abrasadora terminal de autobuses después de otra noche en carretera (más dura aún que la anterior), parecíamos caminantes sacados de The Walking Dead, y apenas respondíamos a estímulos más allá de emitir un leve gruñido.


Nos ha costado una hora llegar a nuestro hostal, pero ha sido como encontrar un oasis en el Sahara. A muy buen precio, ante nuestra habitación había una piscina y una terracita sombría.

Y así, como soldados que vienen agotados del frente, nos hemos tirado la mañana dormitando, bañándonos y tomando el sol en el jardín del hostal, que por cierto está a un paso de los acantilados marinos.

La ciudad es agradable, limpia y su parte antigua está muy bien conservada. Un tranvía la cruza de parte a parte, y desde él hemos observado el modus vivendi de los lugareños.

Las calles, atestadas de puestos de especias, tés y alfombras, están casi vacías de turistas. Esto es raro, teniendo en cuenta que es este uno de los destinos por excelencia del país. 


Así puede comprobarse en el pequeño puerto deportivo. Decenas de barcos que imitan ser galeras romanas o piratas bereberes fondean a la espera de visitantes que desembolsen una buena suma para cruzar las aguas del golfo. Todos ellos se mecían tristemente vacíos por el oleaje a la caída del sol.

Tampoco hay mucha gente en nuestro alojamiento. El motivo parece ser la inestabilidad política y los disturbios que comenzaron hace un tiempo en Estambul. Los medios de comunicación han trasladado en los últimos meses la apariencia de un país en llamas, tomado por la policía y rodeado de estados islámicos al borde o en plena guerra civil. Esto ha espantado a muchos viajeros, haciendo que los precios bajen y las posibilidades de visitar lugares emblemáticos tranquilamente aumenten.

Así ha ocurrido en el caso del museo de la ciudad. Ha sido como pasear a solas por Roma y Grecia. Emperadores, sepulcros de ricos patricios y, sobre todo, esculturas de dioses y personajes de la mitología grecolatina nos recordaban el pasado tan rico en historia y arte clásicos de la tierra que hollamos sin las molestas de los flashes constantes de otros visitantes.

Mañana olvidaremos un poco a los romanos y nos dedicaremos a una nueva aventura, otra vez, tirada de precio. Después de reposar la osamenta en el hostal, nos dirigiremos al interior para hacer rafting en un valle salvaje junto a Franky y Aldara. 

Por cierto, hablando de aventuras, acabo de recibir noticias de otros caminantes que recorren estos días el Norte de España rumbo a Santiago. Aprovecho esta bitácora para mandarles un fuerte abrazo.

Y nosotros volvemos pues al campo de batalla tras un leve reposo. Nuestro rumbo es de nuevo Occidente, igual que los peregrinos jacobeos. Lo seguiremos por la costa y llegaremos en unos días a Estambul, siguiendo las huellas de aquellos romanos que salieron en desbandada hace siglos. Y que dejaron tras de sí únicamente sus serenos retratos enterrados.




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