martes, 30 de julio de 2013

De ruina a ruina

Se lo montaban bien los grecorromanos. Desde niño siempre me llamó la atención que una civilización tan avanzada, tan luminosa, se perdiese como lágrimas en la lluvia con el advenimiento de las oscuridades medievales. Es curioso cómo el hombre suele dar al traste con lo que hace bien de una manera tan rotunda y aparentemente inevitable.

Éfeso fue una próspera ciudad que a lo largo de su historia fue ateniense, espartana, persa y romana. Por sus calles holgazanearon ricos patricios, sangraron las huestes de Alejandro Magno y el rey Jerjes, y rezaron a los dioses personajes ilustres como Marco Aurelio o las hermanas de Cleopatra.


Era una ciudad rica, culta y populosa, con una biblioteca que poco tenía que envidiar a la de Alejandría, y un templo -el de Artemisa- que engrosó la selecta lista de las siete maravillas del mundo antiguo. 

Con el cristianismo, llegaron personajes importantes como Pablo de Tarso (que escribió sus cartas a los Efesios) e incluso una humilde capilla católica atestigua el paso de la madre de Jesús y de San Juan por aquí. Pudimos ver la casa donde supuestamente vivió sus últimos años y murió la Virgen María.

Pero el Imperio Romano degeneró, sus dirigentes se fueron corrompiendo poco a poco y las rivalidades acabaron fragmentándolo en dos. Con el paso de los años, el río revuelto fue aprovechado por los pescadores godos, que llegaron, invadieron, "godieron" de lo lindo y -fieles a su estilo- no dejaron piedra sobre piedra. Aquello sí que eran crisis. Hoy sólo quedan ruinas, bien conservadas, pero ruinas después de todo.


Es curioso pasear por el ágora o el teatro e imaginar a aquellas gentes en sus quehaceres cotidianos. Tan cotidianos como sentarse en las letrinas públicas, donde los ciudadanos se aliviaban codo con codo comentando los chascarrillos de la ciudad o "making business".

La verdad es que nuestro guía era bastante justo en cuanto a explicaciones y dicción. Es por ello que hemos optado por informarnos a través de la guía impresa y -en mi caso- por ausentarme a ratos para garabatear en mi cuaderno de viaje a alguna musa o diosa esculpida en los capiteles corintios.

El calor era sofocante y la verdad es que estábamos con una tontería encima, fruto del cansancio acumulado, que nos ha tenido haciendo el chorra una buena parte de la mañana. Yo me he ataviado con mi turbante, ese que me acompaña desde el viaje a Marruecos y Edu, a la pregunta del guía sobre su oficio, ha optado por inventarse que trabajaba en un zoo alimentando a los leones. Curiosa la cara de póquer del personal.

Después de ver la ciudad, nos hemos acercado a una fábrica de alfombras donde nos han mostrado el proceso de elaboración de la seda y el complicado tejido de las telas. Pena no ser ricos, porque la verdad es que eran una gozada.

Los precios desorbitados nos han recordado que, pese a nuestro carácter ahorrativo, este viaje también se está desorbitando poco a poco. Es por ello que hemos acordado soltar un poco el acelerador hasta el final del viaje. Esto implica: comidas de supermercado, más tés y menos cervezas, y una noche o dos de pernocta en alguna playa recogida.

El resto de la jornada ha transcurrido en una inactividad propia de los decadentes romanos, aunque nos hemos concedido un paseo por el pueblo de Selçuk, el menos turístico que hemos visto hasta hoy. 

Caminamos ahora después de jugar unas partidas de ajedrez y backgammon con té y shisha de manzana y de cenar por cuatro perras en un tugurio en el que -¡bendición!- ni el mesonero ni los parroquianos sabían ni papa de inglés. De hecho, a petición de Edu, para pedirle que en las viandas no incluyeran carne de cordero -la cual meten hasta en la sopa- he tenido que dibujar un borrego y una ternera en un papel, tachando el primero y redondeando la segunda.

Mañana tiramos de nuevo al mar, a una isla llamada Bozcaada, donde esperamos recuperar fuerzas y gastar poco.


Lo más seguro es que dividamos luego al grupo, del que me descolgaré con la intención de visitar la península de Gallipoli, escenario de una célebre batalla de la Primera Guerra Mundial. Mientras, mis compadres recorrerán los monumentos de Estambul que ya vi en mi breve pero intenso paso por la ciudad las pasadas Navidades.


Pero será sólo un día, el viernes volveremos a reunirnos para aprovechar la recta final del viaje en la ciudad de los dos continentes. La gloriosa y la vil, la próspera y la ruinosa, la pacífica y la humeante... La ciudad que refleja esa bipolaridad del ser humano que trasciende a culturas y épocas históricas, y que es capaz de construir maravillas y arruinarlas por un quítame de ahí esas pajas... Bizancio, Constantinopla... Estambul.

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