miércoles, 24 de julio de 2013

Piratas de agua dulce

Pues resulta que hoy hemos vuelto a madrugar, a recorrernos un buen porrón de kilómetros bajo un sol abrasador y a marearnos en las carreteras del Kropülu, un valle entre cadenas montañosas que recuerdan al Pirineo.

Nuestro destino era el río que da nombre al valle. Sus aguas son cristalinas y profundas, y a menudo rebotan contra el accidentado lecho del río formando rápidos y saltos de agua idóneos para la práctica del rafting. Eso es lo que hemos hecho hoy. 

Yo había montado en un bote hinchable por primera vez en junio, con una excursión del colegio, así que pensaba que iría sobradillo de experiencia para repetir la actividad que entonces practiqué en el pirenaico río Gállego. 

Sin embargo, lo que nos hemos encontrado esta mañana distaba mucho de aquella experiencia.
Imaginen cientos de personas, trescientas más o menos. Familias enteras de turcos, rumanos, algún nórdico y rusos, muchos rusos chapoteando en las orillas del río, rojos como cangrejos y uniformados todos con raídos chalecos salvavidas, escarpines de caucho y casco plasticoso. El bullicioso grupo emitía un ruido -entre risas, gritos y lloros de niño- que habrá forzado a no pocas truchas al exilio.

Todo el mundo hacía cola para hacerse una foto bajo una cascada al comienzo del río, antes aún de embarcar. La verdad es que el panorama de tanto turista concentrado chillando y salpicándose agua nos ha dado un cierto bajoncillo. 

Pero nuestra suerte ha cambiado al subirnos al bote. Arás, nuestro patrón, turco oscuro de tez y muy risueño, no hablaba ningún idioma más allá del que le enseñaron sus padres. Un joven monitor de otra barca le ha tenido que recordar las cuatro instrucciones básicas en inglés para que le entendiésemos una vez en el agua: "Forward!! Back!! Stop!! He-ho-he-ho!!".

Eso ha sido todo, ni la típica charlita sobre qué hacer y no hacer a bordo, ni la más mínima indicación de seguridad (cómo agarrarse, qué posición adoptar en caso de irse al agua por accidente)... nada que recordase al protocolario prólogo de experiencias anteriores. A bordo, además del patrón, íbamos el grupo de seis españoles, y un par de jóvenes coreanos.

"Esto promete", hemos pensado cuando el esquife comenzaba a deslizarse por el agua. Y así ha sido. Pese a que las aguas bravas distaban bastante de las fuertes corrientes de Huesca, había más de un paso divertido. Pero lo mejor de todo, es que nuestras ansias de hacer el chorra no sólo no se han visto cortadas por nuestro patrón, sino que él mismo se ha sumado al cachondeo desde el primer momento y durante los 14 kilómetros de recorrido. 

Nos hemos dedicado a remar -a ratos- pero sobre todo a abordar a otras lanchas repletas de rubicundos marineros, a traicionarnos repentina y constantemente los unos a los otros para arrojarnos a las procelosas aguas, a levantarnos, a salpicarnos, a saltar del bote, a amotinarnos y a batallar. En fin, todo lo que siempre prohíben en actividades así.

Antes del primer meandro, uno de los coreanos ya estaba sangrando por la nariz, pero no le importaba, él y su amigo reían divertidos cada vez que nos agredíamos los unos a los otros o que alguien gritaba: "¡Attaaaack!".

En un par de ocasiones, hemos logrado arrojar por la borda al capitán, haciéndonos durante un fugaz instante con el mando de la embarcación. Eso sí, los cabecillas de la rebelión lo hemos pagado con creces cuando Arás ha regresado a bordo.


Había ratos, cuando las peleas para arrojarnos los unos a los otros se hacían encarnizadas o tenían lugar en tramos de más corriente o menor profundidad, en que Arás fingía ponerse serio. 

En cuanto cesábamos de liarla, el tío aprovechaba para atacar por sorpresa y sacarnos de la barca a traición. Ha habido momentos en que nuestros ataques a otras lanchas eran respondidos con fiereza. En una momento de la contienda, se han aliado contra nosotros varios botes y la furia del combate ha sido tal que he imaginado por un momento estar peleando en Lepanto. Ya saben, por lo de turcos y cristianos dándose estopa en el agua...

Acabada la batalla, la vuelta a Antalya se ha hecho pesada, y larga. Hemos llegado mucho más tarde de lo previsto, por lo que hemos perdido el bus que había de llevarnos a Olympos. Haciendo de tripas corazón, hemos reservado otra noche en nuestro hostal con piscina y mañana ya madrugaremos para la siguiente etapa. 

Olympos, ciudad costera fundada por los griegos, fue tomada y saqueada hace veinte siglos por los piratas cilicios y sobrevivió hasta nuestros días. Lo que no saben sus tranquilos habitantes es que mañana les espera una nueva invasión, esta vez quizás hasta más temible. Se acercan a sus fronteras los piratas de agua dulce.

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